martes, 28 de octubre de 2008

Journal of Visualized Experiments (JOVE)

En ocasiones las publicaciones científicas no son todo lo explícitas que nos gustaría a la hora de describir los protocolos utilizados en ellas. En cierta medida el laboratorio es como una “cocina”, en la cual cada uno emplea sus truquillos (los cuales no tienen cabida en los artículos), que pueden ser la clave para que la técnica salga y sea reproducible.

Imaginémonos una tarde de domingo (en solitario o en pareja), en cualquier caso aburridos o abducidos por esas pelis sobre secuestros o maltratos que nos pone en la sobremesa nuestra amiga la caja tonta. De repente, damos un salto del sofá porque nos surge la feliz idea de mejorar nuestra experiencia en la cocina tratando de emular a nuestra heroína/héroe en la materia (mi madre y mis abuelas, en mi caso) y preparar nuestro plato preferido. Envalentonados nos ponemos manos a la obra, nada puede fallar, ya que tenemos bien anotados todos los pasos para la correcta elaboración de lo que será nuestra cena, dictados en su momento por nuestro “sensei” culinario en una hoja cuadriculada de una antigua libreta amarilleada por el tiempo. Nos remangamos y empezamos a seguir todos los pasos al pie de la letra (siempre con cierta dificultad ya que los pizcos de harina o la cucharadita de aceite todavía no se encuentran estandarizados por la IUPAC). Llegamos al final de la receta y una primera mirada a la meseta de la cocina nos lleva a la primera exclamación: ¡Dios mío, cuantas cacerolas, sartenes, tenedores he manchado! ¡Como he puesto la encimera, suelo y techo!, no recuerdo a mi abuela produciendo semejante cataclismo…En este primer punto ya vemos la diferencia con nuestro maestro, el ir utilizando el mismo tenedor o reutilizando la misma sartén o fregando según se avanza en la elaboración de la comida son puntos que no habíamos apuntado en la receta. Pero la decepción final surge cuando acercamos la cuchara o el tenedor, tomamos una muestra de nuestra obra y nos la metemos en la boca ¡NO SABE IGUAL! ¡PERO NI PARECIDO!, comienzan entonces las preguntas, ¿Qué habré echo mal? ¿Será la sal? ¿Habré puesto poco pimentón? ¿Me habré saltado algún paso? Cabizbajos asumimos la derrota y cenamos con cierta amargura, recordando y comparando el sabor de nuestro plato con la exquisitez que teníamos grabada en la memoria. Lo cruel del asunto es que podremos intentarlo mil veces que nunca nos saldrá igual que a nuestra madre o abuela, y utilizaremos la ya clásica y metafísica frase de: “Es la mano de la abuela”.

Posible resultado en la experimentación culinaria


Pues algo parecido ocurre en el laboratorio (no tan exagerado, claro). Quieres hacer una técnica, pero sabes de antemano que los protocolos escritos o los artículos solamente hablan de los pasos fundamentales, obviando los pequeños “trucos”. De esta manera se hace muy complicado que un protocolo te salga a la primera, solo después de muchas pruebas (denominadas coloquialmente en el laboratorio como probatinas) consigues que salga bien y sea reproducible. Normalmente para evitar perder mucho tiempo uno tiene que recurrir a colegas que estén aplicando dicho protocolo a sus estudios y observarles en todos los pasos para copiar sus truquillos (e inevitablemente también sus manías). Y ya cuando la técnica es extremadamente compleja y no se hace en tu laboratorio te haces una estancia y te vas a otro centro, ciudad o país.

Una buena noticia es que ha surgido una nueva revista on-line de libre difusión cuyos artículos se encuentran avalados científicamente bajo la ya común revisión por pares. Como dicta su nombre “Journal of visualizad experiments” (en abreviaturas JOVE) los experimentos se publican en formato video, con buena calidad y con claras narraciones de los autores. Además adjunta un pdf detallado de cada experimento. Lo más interesante de dicho formato es la posibilidad de observar como lo hacen, y tomar nota de todas esas pequeñas cosas que se hacen pero que no se escriben, para facilitar su reproducibilidad en todas partes. Recomiendo la página no solo a los profesionales, sino también a cualquier estudiante, ya que las explicaciones son muy instructivas.

En resumen, ¡Ya tenemos a nuestro propio Arguiñano!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo me quedo con la cocina que el olor del laboratorio me da dolor de cabeza (ya sabes que soy más de bota.

Ah por cierto, no es que la comida no se parezca en sabor a la de la abuela, es que tiene nuestro propio sabor.